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          Ofrecemos la alocución pronunciada por el Subteniente Antonio Julio Verdú Pineda, destinado en el MOE, con motivo de la celebración del 36º Aniversario de la creación de la AGBS, quien con sus palabras llenó de emoción y sentida añoranza a todos los que le escucharon.

         El Socio Numerario núm. 72, Carlos Gabari Lebrón, General de División en situación de retirado, nos las ha enviado con la sugerencia de que pudieran ser publicadas en nuestra web para que su difusión alcance el éxito que se merecen.
          AMESETE considera un honor poder contar en sus páginas con esta inesperada colaboración que es síntoma de los sentimientos que anidan en el alma de los suboficiales y les hacen acreedores, cada día más, a figurar por derecho propio en la actualidad intelectual y moral de la profesión militar.
          Gracias al General Gabari, gracias al Subteniente Verdú y gracias a todos los suboficiales por celebrar con tanto empeño y sentido compromiso el aniversario de la única Academia de formación que han tenido a lo largo de su dilatada existencia.
          El Subteniente Verdú dijo:

           Hace unos días se me designó, no por buen orador sino por viejo, para pronunciar unas palabras en conmemoración de la creación de la Academia General Básica de Suboficiales y tras meditar sobre esta glosa y su significado, decidí que no quería hablar de fríos datos, ni de antecedentes históricos, ni estadísticas … prefiero hablar de sentimientos y lo que significa la AGBS en nuestras vidas. 

          Hace casi 35 años un tren cargado de muchachos se dirigía a Tremp, la mayoría en silencio, unos pocos dicharacheros, sin duda debido al nerviosismo. Con ojos como platos contemplábamos desde el vagón la salvaje belleza pirenaica que nos envolvía.

          En la estación unos camiones nos secuestraron y allí comenzó nuestra andadura como Alumnos de la 2ª Promoción de la AGBS.

          Fue un año muy duro, a veces el desanimo nos abrumaba, era todo tan repetitivo, tan monótono, apenas podíamos ejercitarnos en aquello que nos atraía y que nos había hecho elegir la carrera de las armas, estábamos tan aislados, tan solos, nos sentíamos tan insignificantes en medio de aquel paisaje tan inmenso y de ese clima tan extremo, pero con el paso del tiempo comprendí el porqué de las cosas, aquel primer año de nuestra formación militar, no tenía por misión prioritaria instruirnos en el perfeccionamiento de técnicas de combate, ni en mantenimiento de los sistemas, aquel primer año era de selección, era de criba, había que separar el trigo de la paja, teníamos que forjar nuestro carácter en ese duro crisol, había que dejar atrás la cómoda vida civil o los malos hábitos adquiridos en cuarteles, por los que procedíamos de clases de tropa.

          Había que preparar el terreno, había que desbrozar y quitar todo obstáculo, para que en los siguientes años la semilla sembrada en las Academias de las Armas o Institutos Politécnicos germinara en buena tierra y produjese el resultado que de nosotros se esperaba.

          Eran tiempos duros, a veces muy duros, teníamos lo justo de todo, algunos no dispusimos de un dormitorio en condiciones hasta el segundo trimestre, pasando parte del invierno leridano en unos barracones carentes de las mas mínimas comodidades, como calefacción y espejos en los aseos, por lo que teníamos que dormir vestidos y afeitarnos de oído.

          Pero éramos jóvenes, tremendamente jóvenes, éramos idealistas, éramos impetuosos y aquellas pequeños inconvenientes solo sirvieron de acicate, lo que unido a la instrucción recibida por uno de los mejores planteles de profesores que se puede reunir, lograron forjar nuestros caracteres, transformar a unos asustados chavales en unos curtidos alumnos endurecidos y preparados para asimilar el caudal de conocimientos que nos aguardaban en las Academias e Institutos.

          Cuando 9 meses después abandonamos la AGBS éramos muy diferentes, habíamos crecido como militares y como persnas. Como dice nuestro Himno, mi alma forjó la academia leridana.

          Siendo adolescente había leído, como la mayoría de ustedes, el Rostro de la Batalla, en él John Keegan expresa la esencia de nuestra profesión, palabras que siempre me han acompañado: los militares han firmado un contrato de responsabilidad ilimitada, por el cual se comprometen a cambio de un salario a morir cuándo y dónde su país se lo ordene.

          Frase dura, escrita por uno de los mejores historiadores militares, siempre soñé escribir como él y poder expresar mis pensamientos con esa claridad, contundencia y concisión. 

          He sido afortunado, si he sido realmente un privilegiado, en la AGBS se hizo realidad mi juvenil sueño, pero en lugar de escribir en un blanco papel, mis compañeros y yo escribimos en un monte, en lugar de tinta usamos piedras y cal, pero no solo eso, lo que más es de admirar es que jóvenes andaluces, gallegos, catalanes, valencianos, madrileños, canarios, castellanos, vascos, asturianos, baleares, manchegos, aragoneses, etc. todos juntos trabajamos codo con codo para la consecución de un hermoso fin.

          Añadimos a la cal y al agua algo de nosotros mismos, nuestros sueños, esperanzas e ilusiones y regamos aquellas piedras con esa mezcla sazonada con nuestro sudor, gotas de nuestra sangre y porque no decirlo con nuestras lagrimas.

          Entonces se produjo el milagro, mientras esas palabras tomaban forma en la montaña, a su vez lo iban haciendo en nuestros corazones, grabándose ahí a fuego y cuando agotados vimos desde la Academia el resultado de nuestro esfuerzo, nos sentimos satisfechos, muy satisfechos, esas palabras estarían ahí mucho, mucho tiempo, aunque alguien, años después, por motivos que no logro entender ordenase quitarlas, siempre estarían impresas en nuestros corazones y en los de miles de jóvenes que nos siguieron.

          Nosotros escribimos una frase mucho más clara, más contundente y mucho más concisa que la de Keegan, una concatenación de palabras que define un modo de vida, un espíritu de compromiso, la aceptación de un destino, que grita a los cuatro vientos que no queremos vivir de otra manera, ahora con la voz rota, 35 años después puedo decir con orgullo, nosotros escribimos en la ladera de una montaña de nuestra vieja piel de toro, con una tinta que nadie nunca logrará borrar

                     A España servir hasta morir.